El móvil sigue sin sonar.
Han pasado horas y se está acabando el plazo. Tampoco es que vaya a darle una segunda oportunidad, pero sí que tengo ganas de decirle lo que pienso y desahogarme.
Hace dos años que firmé ese funesto contrato que me ha tenido comprometido hasta hace unos días. Un pacto con el diablo, como el de Eva en el jardín del Edén. Todo por aparentar, algo que hasta aquel momento no me había importado. Una imposición casi social, tener lo que todos ansían para no sentirse menos. Parte de la culpa era de mi ex, ya que a ella sí que le importaban las apariencias y yo, en un arrebato de pasión, me dejé llevar. Al principio todo fue bien, pero luego empezaron los repetidos problemas de comunicación, los gastos no justificados, las quejas en las que no se aclaraba nada… Pronto aparecieron las miradas furtivas cuando quedábamos con otras personas, el sentirse atado siempre a las mismas experiencias…
Vuelvo a comprobar el maldito teléfono. Carga suficiente. Buena cobertura. Me niego a llamar otra vez al contestador para ver si me han dejado un mensaje o si la línea funciona.
La culpa tampoco es del terminal. Durante los últimos meses, desde mi separación, ha sido el cordón umbilical que me unía al mundo. Salir de casa sin él o tener poca batería eran algunos de los momentos de máxima tensión que vivía últimamente. Era una sensación agridulce. Me ayudaba a mantener el contacto pero a la vez era un frustrante recordatorio de una época que quería dejar atrás.
No tardarían en llamar. Había consultado todos los pasos en Internet y anoche, después de otra cruenta discusión por Whatsapp con mi ex, decidí tomar cartas en el asunto. No iba a aguantarlo más tiempo, había que cortar por lo sano. Cogí el mismo móvil que ahora me observaba desde la mesa y negocié las condiciones. Sabía que era cambiar una condena por otra, pero ya estaba harto.
La oferta fue buena. Podía hacerlo sin remordimiento de conciencia, había cumplido los plazos de forma fiel. Desde luego su apariencia no es tan atractiva, ni la gente me mirará con la misma sensación de admiración mezclada con deseo, pero con cubrir mis necesidades básicas será más que suficiente.
Por fin, el odioso iPhone se despierta, inundando la habitación de sonido, mientras vibra sobre la madera. Cojo el teléfono, me aclaro la garganta, desbloqueo la pantalla y contesto la llamada. Se oye una voz femenina que dice:
-Buenas tardes. Departamento de retenciones de Vodafone. Llamamos por una portabilidad de línea.