Hoy tengo mi primera cita a ciegas.
Hace más de dos años que mi último ex me dejó. Yo quería ser madre y él no estaba preparado para el compromiso. Al año vi en una red social que acababa de ser padre, así que supongo que me mintió en más de un aspecto. La chica que sostenía al bebé parecía algo mayor que yo y de posibles. Es un chico muy atractivo: alto, moreno, con manos grandes, como casi todos desde mi primer amor platónico del instituto. Tampoco me importa demasiado, porque tiene pocas ganas de trabajar: es más cómodo que te mantengan. Estoy dispuesta a criar sola a un niño, pero no a cargar con un zángano.
Después de la ruptura pasé mi duelo, como todo el mundo. Primero que no podía ser, luego que no iba a encontrar a nadie como él (y me hacía cada vez mayor), después intentar encontrármelo por accidente para que viera lo que se perdía. Al final decidí pasar página, recuperar amistades y hacer nuevas,
Conocer gente interesante a partir de los treinta y muchos es complicado. Cuando te echabas novio con veinte años, casi todo el mundo estaba en tu misma situación, por lo que si te gustaba alguien ibas quedando y la cosa surgía. O no. Pero ahora la mayoría de hombres interesantes están casados y con hijos.
En las aplicaciones para el “ligoteo” te encuentras de todo y casi nada bueno. Están los que mienten desde el primer momento, los que sólo buscan sexo, los que tienen pareja y lo ocultan, los inadaptados sociales, los que van a volver con su ex y aún no lo saben, los lobos con piel de cordero… Tampoco es que el método tradicional me haya funcionado mejor. He salido de fiesta con las amigas y es complicado encontrar a alguien en condiciones. Más músculos que cerebro, mucha posturita, pero van a lo que van. Lo mismo con gente que te encuentras en el tren o comprando el pan. El mercado está muy mal.
Y no es que sea una mojigata. Tengo mis necesidades como todo el mundo y soy bastante echada para adelante. No me han faltado pretendientes y he disfrutado con algunos de ellos. Pero mi objetico es un poco distinto. Ya no busco a un padre para tener niños. Pero sí que sigo creyendo en el amor: en conocer a alguien que me haga sentir mariposas en el estómago y creerme la mujer más afortunada del mundo.
Por eso acepté la propuesta de mi joven y guapo vecino, Jordi, que lleva 3 años viviendo en el edificio con su novia, del barrio de toda la vida. Al estar de alquiler y con el resto de propietarios poco amables (los mismos que seguro que me han puesto de zorra para arriba por verme con hombres) es normal que congeniáramos rápidamente. Así que el día que me habló de su hermano, alto y moreno, de mi edad, divorciado hace tres años y sin niños, me picó la curiosidad.
Por azar nos pasamos varios días casi encontrándonos. Una vez, al llegar a la terraza del bar de al lado de casa, vi a un chico alto y moreno que se alejaba y luego Jordi me dijo que era su hermano, que se volvía a Barcelona. Otra tarde, quedé para una sesión de cine con Jordi y su novia. Su hermano fue a cenar esa noche, cuando yo ya estaba en la otra punta del pueblo.
Al final nos pasamos los teléfonos y empezamos a chatear, bastante, pero ni él ni yo tenemos foto real en los perfiles. Nos hizo tanta gracia que decidimos evitar buscarnos en las redes sociales para ver cómo somos hasta que nos conozcamos.
Ahora estoy nerviosa como una colegiala en su primera cita. Vendrá a buscarme a mi casa para ir a cenar a un restaurante cercano, ni demasiado pretencioso ni demasiado concurrido. Así podremos hablar con tranquilidad. Llevo toda la tarde probándome ropa y al final me he decidido por algo cómodo pero con un toque sexy.
El timbre de la portería zumba con entusiasmo. Su voz suena cálida y encantadora. Abro la puerta y nos miramos los dos, sorprendidos.
-Te conozco, Mireia. ¿No íbamos al mismo instituto?
-No me dijiste que habías vivido aquí. Ni tu hermano tampoco.
-Parece que vamos a tener muchas cosas que contarnos. ¿Preparada para cenar?
Me ofrece su brazo y salimos del edificio. Es él, después de tantos años. Quizás todas las decepciones y relaciones frustradas habían sido una preparación para este momento. El destino puede ser muy caprichoso.