Entre la espuma

Al segundo amanecer de su solitaria travesía escuchó el canto de sirena que alteró todos sus planes.

El sonido le sorprendió cuando izaba la vela triangular de su canoa, cuidadosamente construida recreando la tecnología de sus antepasados polinesios. Primero pensó que se había confundido. En mar abierto, los sonidos lejanos se sumaban a los más cercanos: las olas golpeando en el casco o el balancín, el viento en la vela de hojas de pandanus trenzadas, los graznidos de las aves. Luego volvió a oírlo, más claro aún. Tanto que buscó con los prismáticos si en la zona había alguna embarcación.

Respiró hondo. Sabía que los viajes en solitario pueden llegar a alterar la salud mental, pero él era una persona estable y había zarpado sólo dos días antes. Se concentró para localizar el origen de esa melodía. Era un sonido dulce, de unos pocos segundos de duración, que se repetía desde barlovento, por lo que podía estar a una buena distancia.

¿Sería una baliza de emergencia? Según sus cálculos no debería haber tierra firme en esa dirección durante días. Se sintió tentado de sacar el sistema de navegación y teléfono por satélite, que llevaba para emergencias​ en un recipiente sellado. El viaje debía durar una semana y llevaba comida fresca y preparada para casi dos, además de raciones liofilizadas. Podía permitirse un pequeño desvío para investigar el origen de la insistente melodía, como habrían hecho sus intrépidos antecesores.

Aprovechó la extraordinaria capacidad que ese tipo de canoa tenía para navegar contra el viento y enfiló en dirección al repetitivo soniquete. Conforme se iba acercando, la canción se hacía más clara y, a la vez, insistente. Parecía una voz femenina que transmitía una melancolía infinita, como si le narrase historias perdidas hacía eones. Intuyó formas y colores imposibles en la bruma que se estaba levantando, mientras la melodía le envolvía en un cálido abrazo tonal de olores y sonidos.

No fue hasta pasado un tiempo navegando en ese estado semi onírico cuando se dio cuenta del amenazante frente de tormenta que tenía justo delante, ni de la velocidad que había adquirido la canoa. Casi no le quedaba tiempo para reaccionar​. Su única opción era intentar correr el temporal, aprovechando el viento de popa para mantenerse por delante de las olas. Mientras viraba la canoa, manteniendo el balancín en el aire para acelerar la maniobra, atisbó una figura que le miraba sonriendo entre la espuma. Supo en aquel momento que era la intérprete de la canción que le había arrastrado hasta aquella situación.

Después tuvo que emplearse a fondo para conseguir armonizar su velocidad con la del temporal. No podía permitir que su canoa pinchara una ola y quedara a merced del fuerte oleaje. El cruel viento azotaba la nave e intentaba arrancarle del timón, mientras la dura lluvia y la espuma suspendida no le permitían ver más allá de unos pocos metros a proa.

Al cabo de varias horas de enfrentamiento entre el hombre y las fuerzas desatadas de la naturaleza, divisó a babor la traicionera barrera de coral de la isla a la que la tormenta lo habría arrojado de no ser por su musical desvío. La sonrisa que había vislumbrado en la cantante oceánica adquirió de pronto un nuevo significado.

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