La jaula de los novios (Un gato fuera de onda)

La jaula de los novios

Desde el tejado

El largo viaje

El claro en el bosque

La jaula de los novios

Los novios están inmóviles, atrapados en una jaula suspendida en el aire. El gran gato negro los mira desde abajo, mientras mueve la cola de lado a lado de manera perezosa. Su cabeza girada denota curiosidad por la escena; no entiende por qué sus compañeros de dos patas no intentan salir de su prisión y simplemente se quedan allí, encerrados, cogidos de la mano.

Hay muchas cosas que sigue sin comprender de los humanos, desde el día en que los novios lo recogieron de una cesta en medio del tenebroso bosque encantado. Bien es cierto que tampoco se entiende del todo con el resto de gatos, más pequeños y menos listos que él. Quizás el hecho de que él sepa hacer magia lo hace diferente; o puede que ser diferente sea lo que le permite leer y lanzar hechizos.

De todas formas, le molesta el concepto de propiedad que tienen esas personas. Él no tiene amos. Convive con ellos, porque le dan comida y un techo. De vez en cuando les trae algún animalito para jugar con ellos y tampoco rechaza el contacto ocasional. Pero para él no son más que otro tipo de gatos, más altos y con menos pelo.

Ahora están atrapados por culpa de un brujo celoso, pretendiente de la novia. Ella le había rechazado de forma airada y había decidido casarse con su novio, el aprendiz de hechicero, pensando que los conjuros de protección que este conocía serían suficientes. El mago, Karnak, se presentó en la boda hecho una furia, ahuyentó a los invitados y capturó a los novios sin inmutarse por los sortilegios defensivos. El gato, que se lo quedó mirando, fue ignorado después de un examen superficial, aunque el felino oyó al brujo decir una palabra que le trajo recuerdos muy antiguos: “Leenda”.

Había seguido a Karnak y a la jaula flotante hasta su torre, más por curiosidad que por el deseo de ayudar a los novios. El hechicero los había dejado en la planta baja y había subido a su laboratorio. Él entró por un ventanuco alto, impracticable para un humano, pero una minucia para un felino. Notó un pequeño hormigueo cuando casi activa un conjuro de protección, seguramente diseñado para personas. Un mago poderoso y altivo como Karnak nunca pensaría que un gato pudiera ser una amenaza.

Sube ágilmente por la escalera y se dirige a la biblioteca. Quiere más información sobre el nombre que le había inquietado. ¿Por qué le resulta familiar? ¿Es un lugar? ¿Una persona? ¿Podría explicar por qué él es diferente al resto de gatos?

La biblioteca es grande, debe haber más de cien volúmenes, entre grimorios antiguos, cuadernos de notas del brujo y libros de historia de la magia. Mientras piensa como empezar a buscar, oye a Karnak hablando con alguien, a pesar que no ha olido a nadie más en la torre. Se acerca al laboratorio, donde lo ve hablando con una hermosa hechicera, a través de un espejo. La frase final que pronuncia marcará su futuro inmediato y sus siguientes acciones:

-Además, Leenda, son los mismos que rescataron a aquel gato negro infernal que te mordió de cachorro. No sé por qué no lo eliminaste de manera definitiva.

Los recuerdos se agolpan en su mente como si se hubiera roto un dique. Una gata recién parida y un montón de gatitos de diferentes pelajes. Un sol rojizo y más grande iluminando una pradera de árboles extraños, sin rastro de personas. Un portal de brillante luz del que salió la hechicera y se llevó a varios de sus hermanos. Él persiguiendo a Leenda, la bruja, que le encerró en una cesta hecha de madera de sauce mágico para que muriera de hambre y sed en un extraño mundo. Este mundo.

Desciende por la escalera y usa el hechizo que conoce para abrir la puerta de la jaula. Los novios se miran sorprendidos al verse libres y se abrazan, mientras el joven hechicero le mira con cara de comprensión. Seguramente un aprendiz de mago, infiltrado en el sancta sanctorum de un brujo poderoso, encontrará la manera de usar los objetos mágicos que hay por toda la torre para enfrentarse a Karnak. Mientras bajaba ha pensado en no hacer nada por salvar a los novios. Él no es un perro y no está en su naturaleza deber lealtad a unos humanos, pero si fastidia al hechicero, seguro que, en parte, también lo hará a Leenda.

No mira atrás mientras se aleja de la torre. La bruja le debe un viaje de vuelta con su familia.

Desde el tejado

El gran gato negro observa con indolencia la plaza que se extiende a los pies del edificio donde se celebra el juicio. Están construyendo una estructura de piedra negra y madera, en la que van a quitarle la vida al mago Karnak.

Hace ya dos semanas que el aprendiz de hechicero, al que ahora todos saludan efusivamente, pilló por sorpresa al brujo, que ahora espera que lo juzguen, desprovisto de sus poderes. Los gatos no experimentan los sentimientos de afecto u odio como los humanos y por tanto el destino del viejo mago le da bastante igual. Lo único que le importa es si esto hará que venga Leenda, la hechicera que se llevó a sus hermanos.

Él no sólo es el gato más grande de la ciudad, también es el más inteligente. Quizás sea debido a que ni siquiera es de este mundo. Pero no puede interactuar con los animales de dos patas que gobiernan aquí. Entiende sus palabras, aunque muchos conceptos le son extraños. La magia no. Para él es algo casi innato. Estas semanas, cuando se aburría de relacionarse con los gatos inferiores, ha rebuscado entre los grimorios de los brujos reunidos, para comprobar si había algún hechizo que pudiera aprender y que le permitiera preguntar a los humanos por Leenda.

Leenda. Desde que oyó ese nombre parece que su consciencia ha ampliado sus límites, como si estuviera sometido a algún tipo de hechizo. Ahora tiene pensamientos más coherentes, menos primarios. Y uno de ellos le ha hecho abordar de manera distinta la estrategia para conseguir información sobre la hechicera, sin necesidad de depender de los humanos.

A veces echa de menos a sus antiguos compañeros, sobre todo a la prometida del brujo novel, que le preparaba la comida. Había estado con ellos desde que le encontraron hasta el día que Karnak les atacó. Si en algún momento les debía algo, se lo había pagado con creces al liberarlos, aunque duda que se dieran cuenta de cómo se abrió la jaula. Pero la ciudad es un gran descubrimiento, llena de olores y sabores. Hay muchos compañeros de juego, tanto humanos como animales. Gatos por doquier, algunos muy bien alimentados. Perros callejeros, que asustan al resto de felinos, pero que a él no se le acercan, porque huelen que una pelea no va a serles favorable. Multitud de oportunidades para alimentarse bien, tanto de las casas como de los tenderetes del mercado. Y con el aliciente de las nuevas visitas.

Al parecer, Karnak es suficientemente poderoso, y odiado, como para que se hayan reunido unos cuantos brujos para juzgarlo. Los humanos nunca se fijan en los gatos, por lo que se ha colado varias veces por la ventana de la sala del juicio. El tono que usan le indica que al viejo mago no le tienen en mucha estima. Él les mira a todos con altanería y desprecio desde su asiento, cargado de cadenas de plomo grabadas con runas y rodeado por artefactos de retención. No se digna a responder ninguna acusación, pero escudriña a cada uno de los hechiceros como si él fuera el juez y no el juzgado.

Finalmente, llega el día señalado. Como todo el mundo preveía, el malvado brujo es condenado a morir quemado y, con las mismas cadenas que lo han mantenido indefenso, lo sujetan a una losa de basalto encima de una gran pira. El resto de hechiceros se colocan alrededor en círculo y comienzan a realizar una invocación conjunta. El gato mueve la cola, inquieto, desde el alféizar de una ventana cercana. Los perros de toda la ciudad, con sus sentidos mucho más aguzados que los humanos, empiezan a aullar como locos. El sol parece oscurecerse mientras una sombra se empieza a extender desde los rincones de la plaza, haciendo que los magos se miren, sorprendidos y visiblemente preocupados.

Las runas que adornan las cadenas de Karnak comienzan a brillar cuando la sombra las roza y, una tras otra, se apagan y desaparecen con un chisporroteo. El brujo se libera con tranquilidad y mira con desprecio a los asustados hechiceros que le rodean. Toca con la palma de la mano la negra losa a la que estaba encadenado y atraviesa el portal de luz casi cegadora en que se convierte. Nadie se fija en los rápidos movimientos que el gato negro hace con su cola. Los que le permiten lanzar el hechizo que encontró en uno de los antiguos grimorios.

Leenda ha mandado llamar a su socio. Y el felino sabe desde donde lo ha hecho.

El largo viaje

No sabe cuántos días han pasado desde que el brujo Karnak se escapó de su ejecución, pero desde entonces ha continuado su camino en pos del mago y de Leenda. El hechizo, que le indica la dirección y la distancia del lugar al que el portal mágico llevó a Karnak, sigue activo en su cerebro. Y le indica que el final de su viaje se encuentra en el ominoso bosque que se extiende ante sus ojos.

Ha sido un periplo que le ha servido para conocer otras partes de este mundo de humanos, a la vez que a sus habitantes. Siguen sorprendiéndole muchas de sus actitudes y comportamientos. El tema de la propiedad o el dinero le resultan cuanto menos curiosos, como si esas piezas de metal les permitieran algo más que cubrir las necesidades básicas.

Comienza a adentrarse en el bosque después de olfatear un poco el aire. Piensa que es más práctico trepar a los árboles y moverse por las alturas. Mejor visibilidad, menos encuentros inesperados. Esas precauciones, y la indiferencia que muestran los humanos por los felinos, son las que le han permitido llegar tan lejos sin incidentes peligrosos. Ha cruzado otros bosques y muchos campos y aldeas, escondido en carros. Hasta ha subido en esos carros sin ruedas que usan para atravesar el agua. Siempre siguiendo esa punzada que le avisaba si se estaba acercando a su destino, más agradable cuando escogía el camino adecuado.

El bosque parece oscuro y antiguo. Al conductor de la última carreta en la que montó le avisaron que no se acercara demasiado, que era un lugar de funesta leyenda. El lugar ideal para que la astuta bruja se esconda, casi a la vista de todos: puede hacer desaparecer a cualquier intruso y los lugareños lo achacarían a la maldad intrínseca del bosque. Mientras avanza por las ramas de los árboles le parece oír rugidos y gruñidos de animales. No tarda en vislumbrar sombras de criaturas de extraña apariencia, rondando por los senderos. Quizás no sea Leenda el único peligro del bosque, a fin de cuentas.

Tiene muchas cosas que averiguar antes de conseguir su objetivo, aunque sabe de la dificultad de la tarea. ¿Por qué la bruja se llevó a sus hermanos? ¿Cuál ha sido su destino? ¿Qué valor tiene Karnak para ella? ¿Cómo se las va a arreglar para enfrentarse a una hechicera tan poderosa como para liberar al brujo a tanta distancia? Pero cada cosa a su debido tiempo. El primer paso es encontrar el escondite de Leenda. Un par de horas de ir pasando ágilmente de rama en rama le hace pensar que ella no es partidaria de aparentar su poder.

La achaparrada mansión se muestra delante de él en un irregular claro del bosque, como si se hubiera creado por el intento de los sombríos árboles de alejarse de su presencia. Si no fuera por el hechizo que le guía, podría haber pasado días buscándola sin éxito. Decide reconocer el terreno de alrededor desde la precaria protección de la espesura. El edificio tiene grandes ventanas en el piso superior, por lo que no debería costarle mucho colarse dentro. No hay forma fácil de llegar al claro, salvo por un estrecho y corto sendero que sale de la puerta trasera. Al final de este, hay un altar de piedra encima de un peñasco, orientado hacia un extraño árbol; de las raíces nudosas sobre la tierra negra, nacen varios troncos retorcidos que se entrecruzan a varios metros de altura. En el centro hay seis postes con gruesas cadenas de plomo, festonadas de runas como las que aprisionaban a Karnak durante su frustrada ejecución. Percibe algo extraño en las cadenas y al acercarse nota un olor que le trae antiguos recuerdos. Sus hermanos. Aquí. Hace muy poco. ¿La bruja los ha mantenido con vida? El descubrimiento supera sus mayores expectativas y cambia por completo sus prioridades.

El claro en el bosque

Un nuevo día le sorprende todavía investigando el altar y la zona donde la hechicera encadena a sus hermanos para celebrar algún ritual oscuro. Pronto se da cuenta que no va a tener mucho tiempo para investigar. La puerta trasera de la construcción se abre para dar paso a Karnak, que avanza con paso vivo hacia él. No puede trepar a los árboles antes de que le descubra, pero el tocón hueco de un viejo roble le sirve de escondite. Desde allí ve como el taimado brujo realiza unas marcas con su bastón cerca del altar, mientras vigila con cariz preocupado el sendero. Cuando regresa apresuradamente, él aprovecha para investigar los trazos en el suelo. El hechicero ha creado un rudimentario círculo de protección, apenas perceptible si no sabes dónde buscar. Está tentado de alterarlo de forma sutil, pero prefiere volver a su escondite y esperar, para saber qué estratagema prepara Karnak a espaldas de Leenda.

Poco después vuelve a haber movimiento en el sendero. Al fin, la hechicera se manifiesta, radiante, con un vestido dorado y una capa púrpura, encabezando una singular procesión. Tras ella dos cíclopes de cuatro brazos, portan cada uno un pebetero y tres canastos de madera, como aquel en que Leenda lo abandonó en el bosque. Cerrando la comitiva, Karnak avanza concentrado mientras entona unos cánticos rituales. Cuando los cíclopes comienzan a abrir los capazos, su cerebro se llena de pensamientos y emociones que no son suyos. Miedo. Angustia. Dolor. Impotencia. ¡Son sus hermanos, asustados por lo que la bruja les quiere volver a hacer! La madera de sauce mágico de las cestas impedía ese vínculo mental, pero aprovecha los instantes en que sus hermanos son encadenados a los postes para comunicarse con ellos. Intenta tranquilizarles mientras descubre los planes de Leenda: usar los poderes innatos de los seis felinos para abrir un portal permanente con el que drenar la magia de su mundo de origen.

Los acontecimientos se precipitan. La hechicera se coloca delante del altar dando inicio a una invocación. De los dos humeantes pebeteros a su espalda surgen tres hilos de neblina que se dirigen a sus hermanos. Siente de nuevo la angustia en su mente, al tiempo que se proyectan unos rayos amarillos desde las cadenas que sujetan a los gatos y se concentran en una gran bola de luz delante de la bruja. Esta empieza a manipular esa energía para dibujar unos glifos encima del altar, ajena al lento avanzar del astuto Karnak hacia el círculo de protección dibujado en el suelo. El hechicero no parece de los que comparten el poder y seguramente intentará eliminar a Leenda en cuanto se cree el portal mágico.

Es ahora o nunca. Pasa corriendo entre las piernas de uno de los cíclopes, que grita de dolor por el profundo corte que le hace con sus garras. La bruja se gira, alertada, y ve a Karnak preparando un hechizo. El gato negro utiliza el sortilegio que liberó a los novios de la jaula para abrir la cadena de uno de sus hermanos, cortando así el rayo de energía. Mientras los dos brujos comienzan a lanzarse hechizos y contrahechizos, llega al círculo de protección dibujado en el suelo y libera a otro de sus hermanos.

Leenda redirige la menguante bola de luz hacia Karnak, quien antes de ser devorado entre llamas verdosas, lanza un proyectil de hielo hacia los pebeteros, derribando su líquido contenido sobre la púrpura capa de la bruja. La neblina que extraía la esencia mágica de los gatos comienza a enroscarse alrededor de la hechicera, que experimenta ahora el dolor que ha causado, mientras comienza a desvanecerse. En un último y desesperado intento, llama a los cíclopes, quienes no son adversarios para las garras y hechizos de los ágiles felinos, ahora libres y ansiosos de venganza.

Mientras las últimas hebras de la neblina se esfuman, el gran gato negro mira hacia la antigua morada de la bruja. Aún quedará mucho que investigar, junto con sus hermanos, pero en ese vacío edificio está el camino de vuelta hacia su mundo.

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