Capítulo 2

This entry is part 2 of 10 in the series Manos Enguantadas

Un desapacible día de otoño fue el escogido por los delincuentes para intentar robar en la administración.

Quizás fue el destino o el azar, pero coincidió que Montse se había quedado más rato hablando conmigo y, aprovechando que el día no invitaba a que la gente saliera de sus casas, dejé la acristalada garita para besarla y abrazarla. Llevábamos casi un mes viviendo juntos, aunque no de forma oficial, y nos pasábamos todo el día como quinceañeros. Cuando estábamos juntos me iba sintiendo cada vez más relajado y, por supuesto, no me ponía los guantes. La excusa de usarlos porque la gente tocaba el dinero no tenía sentido estando a solas con ella.

Ella estaba al lado de la salida cuando entró el hombre. Me pilló por sorpresa, no esperaba que nadie entrara de aquella manera. Y aún más cuando vi el cuchillo que llevaba en la mano, el que apoyó en el cuello de Montse a la vez que gritaba:

-Dame todo el dinero de la caja.

Me quedé petrificado durante un segundo eterno. No podía ser. No podía pasarle nada a Montse. La había tocado la mano en muchas ocasiones, algunas de ellas muy nervioso por su simple presencia y nunca había vuelto a tener ninguna premonición más. ¿Qué había fallado? Nunca había intervenido para cambiar el destino de nadie, quizás sólo tenía una opción y después ya no recibiría más visiones al tocar a esa persona. O puede que el ladrón no le fuera a hacer nada y por eso no había previsto nada.

No iba a quedarme quieto a comprobarlo. Era posible que el destino de Montse estuviera ligado al mío, que tuviera que actuar para salvarla. Nunca he sido un hombre de acción, pero tampoco iba a quedarme sin actuar.

-Tranquilo. Coge el dinero, pero no hay mucho, es muy temprano. No le hagas daño- dije mientras abría la puerta de la garita, con las manos en alto para no alarmar al ladrón.

Este apartó a Montse a un lado, miró hacia fuera un momento y entró rápido en la garita a rebuscar en la caja. Estuve tentado de cerrar la garita y llevarme a Montse de allí, pero pensé que podía tener un cómplice en el exterior y preferí no correr riesgos.

Cuando salió con el dinero de la caja, que estaba asegurado, se fijó en el collar de Montse y volvió a dirigirse a ella.

-El collar es una baratija-intervine.- Llévate mi reloj, que es bueno, y déjanos en paz.

El delincuente se giró y me sujetó la mano para coger el Tag Heuer que llevaba en la muñeca. La mano que todavía no estaba enguantada. La visión me sacudió tanto interior como exteriormente. Fue extraordinariamente vívida, quizás por la tensión y los nervios que me producía el peligro que suponía que acechaba a Montse.

Apreté fuerte la mano del hombre y le dije casi al oído:

-Tu mujer y tu cómplice te van a matar esta noche mientras duermes. Te acuchillarán varias veces con el puñal del mango blanco con calaveras, ese que tu compañero lleva siempre en la riñonera. Te dejarán que te desangres mientras ellos se ponen a hacer el amor a tu lado y a reírse, por no haberte dado cuenta de nada todos estos años.

Entonces solté la mano del hombre, que me miró con ojos enloquecidos antes de salir corriendo por la puerta y lanzarse encima del hombre que esperaba fuera. El hombre que salía en mi visión, el del puñal del mango blanco.

Empezaron a golpearse y a intentar apuñalarse, momento que aproveché para cerrar la puerta de la administración y pulsar el botón de alarma.

————

Horas después, de vuelta ya de prestar declaración en la comisaría, Montse seguía mirándome con cara de perplejidad. No podía decirle lo que había pasado. Sabía que si le explicaba que tenía el poder de ver el trágico futuro de las personas, la asustaría y la perdería. No supe cómo reaccionar, así que me refugié en mi tradicional silencio, casi apartándola de mi lado. Quería estar seguro de qué había pasado, por qué ahora el don se manifestaba de aquella manera. Debía tener las cosas claras antes de poder explicárselas a ella.

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