Capítulo 7

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El siguiente sábado mi madre y Montse fueron a comprar ropa premamá y, de nuevo con la excusa de almacenar cosas en el trastero, fui a ver a mi padre.

Cuando llegué, saqué un par de cajas del maletero del viejo Golf III TDI. El coche tenía 11 años y muy pocos kilómetros reales, pero a la vista de las nuevas responsabilidades quizás era una buena opción cambiarlo por un monovolumen. De todas formas el Golf ya no tenía nada que ver con los pequeños deportivos que me gustaban antes del accidente.

Mi padre estaba esperando en el comedor, con el aire acondicionado puesto y un par de cervezas.

Sabia que vindries. Si l’Oliver t’ha trobat suposo que és perquè realment tens alguna capacitat especial. No ets l’únic de la família. Per què creus que sempre enxampo les mentides?

Me quedé un momento pensativo mientras comenzó a explicarme las partes de su vida que nadie conocía. Siempre había sabido cuando le mentían, de forma natural al principio, pero con el tiempo se fue volviendo más evidente. Un tono metálico en la voz del que hablaba en el momento en que mentían, que ya no podía achacar a las expresiones faciales o al lenguaje no verbal. Incluso por teléfono, cuando no podía ver a su interlocutor. Y al final hasta en texto escrito: las palabras que formaban la mentira parecían brillar una fracción de segundo.

Coincidió con el momento en que las ciencias ocultas estaban de moda en España, con las apariciones de OVNIs o las cartas de los extraterrestres de UMMO (que luego se demostraron como un fraude) y decidió ponerse en contacto con la recién fundada Sociedad Española De Parapsicología. Resultó que tenían constancia de un grupo de estudio en Toledo que se hacían llamar la Cofradía, dirigido por un doctor francés, Caroux. Después de varias conversaciones telefónicas fue a verlos y se le abrió todo un mundo de nuevas posibilidades.

Había gente con percepción extrasensorial, como él, pero de distintos tipos. Precognición, visón remota, telepatía… y las estudiaban siguiendo el método científico. Su pareja, Nuria, conocía su capacidad y hablaron sobre la posibilidad de que él fuera una temporada a estudiar con ellos. La excusa para todos los demás sería una crisis emocional y su intención de meditar y centrarse.  Él le dio a ella libertad para rehacer su vida, si quería, y no esperar a que él volviera; pero ella se negó. Durante dos años se vieron a escondidas, ella usando una amiga de Madrid como excusa para viajar.

El ambiente era muy profesional y aséptico. El doctor y su equipo multidisciplinar intentaban enlazar la probabilidad cuántica con la configuración del cerebro masculino y la mayor cantidad de materia blanca para explicar los dones.

Allí aprendió y perfeccionó mucho su habilidad, sobre todo para evitar que la gente se diera cuenta de que la tenía. Pero al cabo de no demasiado tiempo, empezó a darse cuenta que la mayoría de los nuevos estudiantes eran sometidos a un proceso de mentalización, como una secta, y se distanciaban de sus familias para dedicarse a la Cofradía. Este adoctrinamiento no era propiciado por el doctor Caroux, si no por su mano derecha, Juan de la Vega, un historiador de León que abogaba por una visión más mística de las habilidades.

Él no estaba por la labor de entrar en los juegos de poder de la Cofradía ni pensaba dejarse seducir por cantos de sirena. Se había asegurado de no dar datos reales al entrar allí y todas las visitas de Nuria fueron en Madrid, así que aprovechando un “permiso familiar” se volvió a casa con ella.

No supo nada de la Cofradía hasta principios de los 90, en que casualmente apareció Oliver Caroux. El hijo del Dr. Caroux tenía quince años cuando él estuvo en la Cofradía y su don era el de detectar las ondas cerebrales asociadas a la activación de las habilidades, pero a corta distancia. Le explicó que su padre había conseguido asociar las habilidades con los estados cuánticos, pero que para entonces  de la Vega se había hecho con la mayor parte de la Cofradía y tuvieron que huir a la Costa Brava.

-Ara explica’m la teva historia. Suposo que el fet que l’Oliver apareguès aquí poc desprès del teu accident no va ser casualitat. Ni el fet que, ara que tornes a fer una vida menys monacal, hagi retornat.

Así que sintiendo un gran alivio al poder compartir esas vivencias con alguien que podía entenderme, le expliqué lo que había ocultado a todo el mundo menos a Montse. El accidente, las visiones, las muertes vividas, las elecciones morales. Me vacié completamente y acabé emocionalmente exhausto.

Bé. Suposo que si l’Oliver està per aquí, també podria venir algun dels seguidors de la Vega. Així que, potser, la millor opció és que comparteixi amb tu el que vaig aprendre a Toledo.

-Sí- añadí.- I no caldrà amagar-nos de les dones, ja que les dues ja saben part de la història. Millor si els hi estalviem la sospita de que els teus antics companys estan per aquí.

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