Capítulo 3

This entry is part 3 of 10 in the series Manos Enguantadas

Hacía ya dos semanas que Montse recogió sus cosas y se fue de casa.

Dos semanas de no entender nada, de preguntarme qué había hecho mal; de saber lo que había hecho mal, de entender los motivos de Montse.

Quince días de estar casi recluido en casa; de ser escrupulosamente cuidadoso con las salidas al exterior, para evitar encontrármela por accidente y aumentar el dolor que sentía. O sobre todo para evitarle a ella la incomodidad o causarle más sufrimiento.

Medio mes de un diciembre glacial, asistiendo al espectáculo de las compras navideñas, que aumentaban aún más el frío y la soledad que sentía. Unas navidades que al fin me ilusionaban, pero que ya no iba a poder disfrutar con mi amada.

Me pasé ese tiempo quemando energías en el gimnasio que había ido equipando, en la buhardilla, cuando empecé a recluirme tras el accidente. Pensando. Y llorando.

Sabía que el desencadenante había sido el intento de robo en la administración, cuando utilicé la premonición para asustar al ladrón que amenazaba a Montse con un cuchillo. La situación la había asustado, mi reacción también y mis negativas a explicarle lo que había ocurrido fueron el detonante.

Qué equivocado estaba en mis pensamientos y conclusiones.

Ya había decidido que debía pasar página, por lo que recogí algunas cosas que Montse se había dejado para devolvérselas. Y saqué la cajita de los recuerdos para guardar las fotos con Montse y el reloj que me regaló para el cumpleaños. En la caja de madera coloreada que estaba medio oculta en lo alto del armario, almacenaba objetos de mis seres queridos o de momentos pasados. Fotografías con los abuelos, postales de viajes, las notas del instituto, un mechón rubio de Laura, mi anterior novia.

Pero encima de todo, había una nota manuscrita. En un papel demasiado blanco para haber acusado el paso del tiempo. Un papel que yo no había puesto.

Antes de abrirla ya sabía que era de Montse. Nada más cogerla, mi olfato, que se había ido potenciando con los años de privación del tacto, detectó una evocación al perfume que ella usaba. Un leve aroma floral, suave, igual que ella. Su preciosa caligrafía, de letras pequeñas, apretadas y muy inclinadas, me asaltó en cuanto empecé a leer.

Estimat, no se quant trigaràs a llegir això. Et conec suficient com per saber que fins que no obris la caixa no estaràs preparat per enfrontar-te a la veritat. Una veritat que no podia dir-te a la cara, que no podries entendre.

He hagut d’allunyar-me de tu, per què ens farien mal. T’estimo. Des de molt abans del nostre primer petó, aquella nit de Sant Joan. I se que m’estimes. No tinc dubtes. Però no estàs amb mi totalment. Et guardes coses, coses importants, que et desperten a les nits, encara que intentis que no me n’adoni. I jo vull estar amb tu al cent per cent i que tu ho estiguis amb mi. Si no, no és just per cap dels dos.

Així que he decidit fer de dolenta i deixar-te, perquè tinguis temps de pensar. Perquè decideixis si vols obrir-te a mi totalment, per que els dos podem entregar-nos plenament. 

Només espero que no triguis massa i els nostres camins s’hagin separat de forma irreversible 

Teva, per sempre

Montse

Guardé la caja, sin añadir nada en ella. Mientras bajaba de la habitación me quité pensativamente los guantes y los dejé encima del taquillón de madera, al lado de la entrada. Me sentí desnudo y aliviado a la vez, como hacía años que no me permitía estar.

Salí a la calle, respiré hondo, caminé los sesenta metros que me separaban de su casa y piqué a su timbre. Cuando ella abrió la puerta nos miramos un segundo, sin mediar palabra y nos fundimos en un largo e intenso abrazo.

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